En cada bloque de edificios de nuestra ciudad, sabemos que hay al menos una persona dispuesta a clavar en el suelo un “Prou”, un “Basta”. Lo sabemos sin haber hecho ninguna encuesta, lo sabemos porque hay algo que recorre todos los cuerpos y que no se agota en ellos.
Sin duda, es cierto, estamos cansados, casi al borde la extenuación, porque hemos decidido abandonar las ilusiones, las indignaciones y ponernos en ruta. Ésta no es nada fácil, no es un camino de rosas ni tampoco nos la han puesto ahí frente a nuestros ojos y bajo nuestros pies, bien adecuada a nuestros ritmos y latidos, hábitos. El mapa es la ruta. El calco en cambio llueve él mismo sobre mojado y quiere el error sobre lo equivocado. El calco es lo repetidamente bobo, la tontería sobre la que insisten otras tonterías. Todos tenemos calcos, ahora bien, algunos intentamos deshacernos de ellos como podamos y sabiendo que siempre andaremos con alguno, muy cerca, siempre acechándonos. Intentamos, decimos, deshacernos al fin y al cabo de otra forma. Esta otra forma no es La Original, sino la pequeña Zoé, por fin, que nos empuja a zonas, lugares que “en un principio” hubiéramos podido imaginarizar.
El “elemento” clave de la pequeña Zoé, la osada, ha producido por un lado un bloque de vida, y por otro, una hospitalidad virtual. La pequeña Zoé sabe perfectamente que este es de nuevo su tiempo, y ya comienza a afilarse. Ella puede y debe saberse fuerte contra las pretensiones de endurecimiento lineal óntico que provocan identidades, clasificaciones (esas obsesiones tan de actualidad), esas que erigen Rostros y trascendencias, Miradas de mierda y desaires gratuitos.
La pequeña Zoé atraviesa y rasga nuestra ropa de domingos de toda la semana y de toda nuestra vida. La hipocresía vestida de complicidad, la envidia vestida de adulaciones, la inacción vestida de excusas, la enemistad vestida de colegueo, las mentiras y las promesas revestidas de una nueva forma de obligación.
Caemos y caemos en retomar las ilusiones y vestirnos también de ellas, pero la vestimenta es demasiado pesada, larga, nos tropezamos una y otra vez hasta besar el suelo. Colocamos la trascendencia y la banalidad después y nos sentimos mucho mejor: Moverse sin un dónde, sin un cómo ni porqué y pretender hacerlo sin cuerpo alguno.
La pequeña Zoé es también aquello que no se nos deja ser. La pequeña Zoé es al mismo tiempo la insurrección, lo freak, la actividad, la voz antinarco del narcotráfico, la señora que grita al México Narcogore-financiero y policial con toda su fuerza, alma, corazón “pinches hijos de puta” en las calles de Distrito Federal. La pequeña Zoé es el tabú del tabú y jamás ella será normal, pues se gestó, desde su estado larvario, anomalmente y anormalmente. Zoé tiene la belleza de las Amazonas, del Amazona, de los Assesinos*, del valle del Ebro, de las marismas del Guadalquivir, del Gran Cañón del Colorado, la belleza de la impaciente paciencia de los samuráis y el dulce y amargo silencio de las geishas. Tiene la tenacidad de Atila, la garra de Luzbel y Lilith, la decisión de quien ya no quiere ocultarse, la elegancia de la imperceptibilidad de un cuerpo que no es reproducido por un catálogo. Posee la ferocidad del lobo y la rapidez de ataque, el vuelo del águila. Con todo, la pequeña Zoé es la brecha en la brecha y de la brecha, ella es lo temido incluso cuando nos tiende la mano, las dos manos, su cuerpo, su devenir, sus flujos sanos, libres. Ella se tiende hacia nosotros cuando lo Mismo del Neurocapitalismo, el Blurstaat, van acabando con nuestra vida haciendo de ella algo mierdoso, al punto de seguir prefiriendo lo decrépito, lo hediondo, porque sencillamente no hemos conocido y no queremos conocer, surfear una vida…la inmanencia, respirar Afuera.
La pequeña Zoé es quien cultiva flores en el Ártico, quien bebe arena del desierto, quien escribe poesía para el mundo con tan sólo una caricia, quien extrajo del fondo del pozo sin fondo la superficie más profunda, quien se bañaba desnuda en el asfalto de la Gran Vía de Madrid, quien leía libros al revés y exponía versiones increíbles, quien hizo de la palabra Revolución, tan atascada, incomible, una tortilla de patatas bien digerible y apetecible. Es ella quien dijo Ahora cuando todos decían “Mejor para mañana”, quien no se contradecía porque no poseía tablas de correspondencia, porque no era separación. Es ella quien de entre las losas de nuestras aceras post-metropolitanas hacía fotografías de selvas, nacimientos de ríos y encontraba nuevos bloques de vida. Es quien se quedaba a oscuras para ver mejor, quien cruzó el Océano Atlántico mil veces y quien, después de esto, llegó a tiempo para jugar al escondite en un pueblecito de Asturias.
Zoé está más allá del bien y del mal, pero no más allá de lo bueno y de lo malo. Ella es él y ello y hace posible que hoy y siempre nosotros seamos otros y demos testimonio de ello; no como profetas, sino como multitud, como acontecimiento y como agenciamiento utópico.
Ella es la Otra de Nosotros, la que deviene reafirmando el lanzamiento de toda una vida.