27 marzo 2011

Bifurcación 1 # Antonio Miranda, Bólev

«El tiempo de la indignación ha terminado», dice Franco Berardi. Curioso decir esto cuando, en la inmensa mayoría de librerías vemos el libro de Sampedro titulado “Indignaos” y al mismo tiempo, hacía tiempo que una expresión no era tan acertada y necesaria. Bien, hubo un tiempo para indignarse, un tiempo en el que indignarse quería decir ser absolutamente sensible y atento a lo que sucede cuando lo que sucede es intolerable, abominable, en el completo y férreo contraste del cuerpo social que dormitaba, que permanecía sedado, anestesiado. Pero toda indignación, cuando la velocidad informativa – la intoxicación – , cuando el exceso semiótico, productivo, sónico se vuelve condición indispensable para el funcionamiento del capitalismo financiero, del hipercapitalismo, en fin, del neurocapitalismo, como queráis, el cuerpo se colapsa, se satura y deja de funcionar por sí mismo. Entonces, a través de ese colapso sólo se producían indignaciones vacías, instantáneas, sin ningún grasping o agarre o soporte en el imaginario colectivo así como en la realidad de los cuerpos. La indignación, así vista, era clara y sencillamente un automatismo, algo que saltaba únicamente porque era de esperar – frente a otros - , porque era lo que había que hacer – mecanismo moralista, de repetición - . Por cualquier motivo, pero jamás por un click fuera del circuito estímulo-respuesta mediático, financiero y Discursivo. Ahora esa indignación pasa del circuito estímulo-respuesta al circuito fabricado por el neurocapitalismo de excitación-frustración.

El cerebro es un campo de batalla, así como lo que batalla y combate. Todos los dispositivos de control neurocapitalistas buscan el cerebro más eficiente, el cerebro más rápido. Dado que este cerebro no se encuentra en un individuo concreto, a éste se le asignan fines que alcanzará a través de otra cosa distinta del cerebro “dividuado”, personal. Es el cerebro colectivo o, si se quiere, la inteligencia colectiva quien tiene hoy la fuerza, la potencia de crear la mayor riqueza jamás conocida, precisamente por su cooperativismo, su a-centralidad y velocidad. Y resulta que, esa riqueza se la apropia una pequeñísima, ínfima parte de toda la población mundial. Esa riqueza (psíquica, ambiental, social, etc.) creada por la inteligencia colectiva, por todos nosotros, desaparece, vuela, se esfuma. No recibimos más que residuos envenenados de ella, nada, ni siquiera migajas. ¿Qué se hace con esa riqueza? Desde luego, no generar más riqueza. Ésta es destruida por el tipo de agenciamientos despóticos, demenciales, genocidas, que la economía política y los flujos de capital financiero permiten y habilitan, circuitan, canalizan y fomentan.

Ahora, en un giro especulativo (económicamente hablando) recibimos la noticia de que Inglaterra ha eliminado un enorme porcentaje de los visados para estudiantes extranjeros. ¿Por qué? La respuesta es bien fácil: Ese porcentaje de visados libres quedan a disposición única de aquellos individuos que sean multimillonarios y que deseen vivir y depositar el dinero en los Bancos de Inglaterra. Es absolutamente lógico, y terrible que así lo sea, sí. Lógico digo porque esa supresión se debe al “exceso de cerebros” – el gobierno inglés dice que tiene demasiados – y la falta de capital financiero que es quien atrapa a esos cerebros; Una muestra más de que la inteligencia colectiva, la nuestra, la de todos y de nadie, es capturada y dirigida en función de los intereses, de los objetivos y controles tanto como del proyecto antiproductivo de riqueza de la clase financiera del neurocapitalismo.

Sabemos que pagamos impuestos y que no sabemos en qué se gastan, sabemos que España vendió armas a Libia por millones de €, sabemos que los políticos, nuestros políticos, tienen privilegios económicos y sociales (que el resto de ciudadanos no tiene, ese privilegio de hundirnos cada día más en la miseria psíquica, corporal y social, del privilegio de jodernos continuamente. Sabemos que se gastan millones de € en construir circuitos de fórmula uno, en todo el tinglado de las Fallas, y por supuesto no es para “la ciudad de Valencia”, sino para los políticos empresarios y los empresarios políticos. ¿Cómo, en cualquier caso, hemos llegado a anteponer eso que se llama “tradición” a la actualidad de la miseria y a aquello que nos es brutalmente actual? En fin, sabemos que las decisiones sobre economía se toman en Bruselas, que los políticos son delegados, decisiones por cierto que jamás nos han beneficiados. Sabemos que no existe ya ni la izquierda ni la derecha, si no es modo de fantasmagorías peridiscursivas para tener controlado el electorado, incluido el potencial, así como para inyectar “creencia” de que la democracia hoy, es el mejor sistema político de la historia de la humanidad. Sabemos que nunca como en esta era – que denomino ultranuclear – se producen tantísimas depresiones, tantísimos suicidios, asesinatos, alcoholismo y drogadicción, más incomunicación a pesar de suponernos hiperconectados – bajo cierto régimen - , más cerca de todo lugar y a la vez tan lejos de los afectos que atraviesan y sobrevuelan esos lugares. Sabemos que es un abuso y una explotación eso que llaman “trabajo temporal”, sabemos que con el euro hemos perdido y seguimos perdiendo poder adquisitivo, pues los precios han subido y los salarios se han dejado tal y como estaban antes de la entrada de esta moneda, intactos. Sabemos que las últimas burbujas financieras han sido producidas por el neurocapitalismo vía sobreestimulación y sobreexcitación del cerebro puesto a trabajar, y una vez exprimido, se sabía que su colapso era inevitable. Sabemos y conocemos muy bien que el aparataje laboral-empresarial-universitario se nos insta a la “formación permanente”, que es exactamente lo mismo que decir “circulación del capital permanentemente a través de productos ‘formativos y curriculares’, identitarios y de sujeción”. Sabemos que la universidad va siendo cada vez más, junto con las escuelas e institutos, el espacio de desidia, apatía y repetición-representación por excelencia, tanto de los saberes dominantes como del poder, ambos en doble cruce. Este espacio apático, es construido sobre una enorme red de desatención existencial, hacia uno, hacia el Otro y hacia lo que nos constituye.

Todo esto ya lo sabíamos. Pero aun así, preferimos no despertar y taparnos la boca para no poder decir – y a veces ni siquiera pensar – que es suficiente, que se acabó. Tal vez por miedo a perder nuestra comodidad que proviene de la más terrible y peligrosa conformidad con la actualidad. Hemos perdido toda acción virtualizante. La perdemos porque deseamos perderla. Nos hemos concedido ese derecho, nos hemos conformado, también, en él. La comodidad incluso nos aparece como perfecta excusa con tal de no moverse. Digámoslo de otro modo, la comodidad en el capitalismo financiero es la ausencia total de una voluntad de disfrutar y degustar – como dice un apreciado compañero – el menú completo de la vida.

Finalmente, exhortamos desde esta humilde posición una insurrección colectiva, como ya acontece en Grecia, en Londres, en Francia, en Italia. Sublevarse porque la riqueza del mundo de la vida – y no de la Muerte S.A. – es nuestra. Y la vida, ya nos la están arrebatando. Si Zapatero considera que salvar a los Bancos es salvar a las personas, nosotros preferimos no ser salvados, huir de esos asesinos déspotas y miserables, para que mientras huimos y hacemos huir, se hundan ellos de una vez por todas. Gracias.