27 marzo 2011

Bifurcación 2 # Benazir F. Valdivia, Kjelfrid

El caracter universal del viejo lema “saber es poder” es hoy puesto en duda. Y no somos nosotros los que despojamos al saber de cualquier importancia performativa, ni que éste en sí no posea ninguna. Saber es poder pero sólo para algunos cuantos, para aquellos que controlan las circunstancias de su génesis y desarrollo, que deciden cómo se sabe y para qué, que se apropian del conocimiento y lo utilizan en su exclusivo beneficio.

¿Cómo es posible que en el horizonte global de prosperidad ilusoria, donde la educación se encuentra al alcance de la mayoría, donde las universidades apenas tienen espacio para satisfacer la demanda de formación profesional, donde la velocidad de propagación de la información se ha acelerado hasta tener la posibilidad de llegar hasta los lugares más remotos, seamos incapaces de ocuparnos de nosotros mismos? No es que pregonemos aquí algún tipo de discurso de autosuficiencia existencial, nos reconocemos más bien en un devenir social que es ineludiblemente político. El cuestionamiento precedente está dirigido ante nuestra conformidad, ante nuestra apacible aceptación de todo aquello que nos oprime y empobrece nuestra vida. En la fábrica-escuela se ha intentado neutralizar nuestros cerebros para toda acción subversiva y autónoma, convirtiendo el deseo que las mueve en incómodo y excesivo, reaccionario. Sin embargo, la realidad, a pesar de los intentos de manipulación de su experiencia que se llevan a cabo para representar un mundo más feliz que el que intuimos, la organización planetaria (y ya no ocupamos el vocablo “estatal”, porque con la transnacionalidad de los intereses económicos el Estado nunca se ha encontrado más indeterminado en sus límites tanto territoriales como de poder, el Estado se ha debilitado, o más bien, se ha inyectado y contagiado de intereses mayoritariamente capitalistas), nos parecen sofocante, o al menos así lo demuestrann la creciente patologización de la humanidad, las nuevas enfermedades de la época, la disminución afectiva ante la hiperestimulación sensorial y semiótica. Aún el optimista (por no decir iluso) más acérrimo ha podido reconocer en algún momento de su vida la decepción del “mejor mundo posible, éste, nuestro mundo capitalista”. Y es que las atrocidades de nuestra época no se dejan ocultar tan fácilmente, ni parecen encontrar un punto de feliz culminación, ¿por qué seguimos con las miradas bajas -sí, quizá indignándonos - pero sin atrevernos a levantar la voz, a tomar medidas al respecto?

Es cierto, tal vez en algún momento gran parte de nosotros confió en que colaborando con las estrategias industriales y empresariales, inscribiendo en la creatividad su marca por ejemplo, lograríamos un estado o proceso de bienestar. El proyecto se ha actualizado, nos encontramos bajo el dominio del capitalismo feroz, que ha colonizado todos los estratos en los que habitamos, se ha instalado en todas las naciones, sí, mutando, pero finalmente adecuándose y propagándose, infectándolo todo. Ante la ecuación que en algún momento se presentó como salvadora riqueza=producción, tenemos productos, una inmensa cantidad de productos incluso cognitivos que parecen impotentes ante la desolación que impera en nuestros entonos.

Unos dirán que indignarse ya es ganancia, pero ¿de qué sirve la ebullición interna si no se cristaliza en luchas concretas por un habitar más digno en la Tierra? Por otro lado, nunca ha habido más riqueza, aunque curiosamente esta sigue siendo imperceptible para la mayoría. Empleando la palabra “riqueza”, ateniéndonos a sus orígenes y a los contextos en los que funciona: la riqueza está asociada con el valor monetario o los bienes materiales, a la solvencia, a la comodidad y al poder; palabro que se escucha con frecuencia en las sociedades capitalistas. Pero la riqueza no es sólo la económica, que está concentrada en bancos, en manos de políticos corruptos, de héroes del marketing, de figuras públicas y de aquellos que están dispuestos a servir con su vida a la producción capitalista. La riqueza, entendida como multiplicidad, diversidad y abundancia, es también la cognitiva no sólo vista en términos de “conocimiento científico”, sino literario, poético, filosófico, artístico, etc. Apropiándonos de los términos un momento, y con esto reconociéndonos como habitantes de una época: producir discursos es producir mundo. ¿Qué pasa entonces si a pesar de las múltiples propuestas que surgen de la inteligencia colectiva, todo parece empeorar?

Podríamos decir que hay una doble cara de la situación actual, cuyo espacio medio o transitorio está configurado por los mecanismos de control que emergen y terminan en la malla orgánica de los sistemas de organización, aparatos de captura que hoy día se muestran como políticas de amenaza, producción de subjetividades enfermas y paranoicas, anestesia empática, ciertos tipos de producción deseante y la inserción de la competitividad en casi todos los sectores: familiar, escolar, laboral, etc. Mecanismos que se vuelven inapresables, casi incombatibles, pues cambian y se distorsionan con facilidad según la necesidad, sirviendo como barrera de protección entre la proliferación de discursos y prácticas virtualmente revolucionarias y el organismo metaestable que intenta contenerlas a rodas junto con nuestras prácticas cotidianas, modulando nuestras relaciones para y por el capital. Nos enfrentaríamos entonces a una realidad dividida por un gran abismo, el abismo saturado del control, y como las partes fragmentadas, en una situamos discursos artísticos, filosóficos, científicos de toda índole cuyo deseo que los mueve es el de procurarnos un hábitat más hospitalario, combatiendo o proponiendo, además de ser sitio también de las relaciones cotidianas, de nuestro día a día exhausto, alegre, cansado, indignado, frustrado, etc. En la otra parte, y como nivel supuestamente controlador y soberano, las decisiones políticas, los acuerdos internacionales de organización del espacio, de las fronteras geopolíticas, de la cronologización de los “grandes acontecimientos”, de los estatutos burocráticos, del “enemigo invisible”. Nosotros decimos que este modelo de realidad es el que le conviene difundir a quienes están en posesión del poder, y que no nos sirve para nada, sino más bien, impide el movimiento. ¿Por qué? Efectivamente los mecanismos de control ocultan a quiénes debemos pedir cuentas, dificultan la localización de las acciones, la creación de estrategias, etc. Pero no estamos completamente aislados ni somos totalmente incapaces de cambiar la toma de decisiones. Es posible lograr que los tiranos caigan, es posible cambiar el porvenir de una sociedad. Ha pasado en Oriente, está ocurriendo en el resto de Europa. Basta por ahora no tener miedo a perder la comodidad, la estabilidad precaria que nuestros sistemas nos ofrecen.

Por esto surge i-revolt, porque nos cansamos de esperar, nos cansamos de detectar mierda y no hacer nada al respecto. Creemos que es posible atravesar cualquier abismo, ya sea físico, semiótico o afectivo. Estamos dispuestos a mover y dejar movernos. Nos enfocamos en la lucha que es capaz de armarse con la inteligencia colectiva, a emplearla fuera de las expectativas del mercado, a subvertir con sus productos. Nos sabemos inmersos en un mecanismo pedagógico empresarial, pero nos resistimos a ver a la universidad totalmente colonizada y sujeta a estos intereses. Sabemos la importancia de los espacios en donde el saber se produce y crece, sabemos que, en un espacio donde los afectos alegres fluyen, se sensibilizan superficies en donde las prácticas revolucionarias pueden resonar y propagarse, que así es posible empezar a construir en movimiento y para el movimiento.